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viernes, 6 de diciembre de 2013

En honor a Nelson Mandela, fallecido ayer, copiamos este artículo de Herbert Morote. "Verdad y Reconciliación en Sudáfrica (Un ejemplo para el Perú)"


VERDAD Y RECONCILIACIÓN EN SUDÁFRICA
(UN EJEMPLO PARA EL PERÚ)

Herbert Morote
 © Fundación Herbert Morote

Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo.
 George Santayana

I
LA MEMORIA HISTÓRICA
Paseando por el lujoso centro comercial de Sandton en Johannesburgo, Cromwell, nuestro guía negro, nos contó que tenía 18 años cuando Mandela llegó a la presidencia en 1994 y suprimió el apartheid. Sin embargo, él sólo se atrevió a visitar este lugar varios años más tarde. “Los negros no nos atrevíamos a venir, éramos como esos animales que luego de recibir descargas de las  vallas eléctricas ya no intentan salir del campo que el dueño les ha asignado”, dijo.
Durante apartheid, una minoría de origen europeo que representaba el 11% de la población discriminó al resto de los habitantes prohibiéndoles pisar vastas regiones, como playas, ciudades, parques, que reservaron exclusivamente para ellos, salvo para los sirvientes negros que necesitaban un permiso especial de la policía.
Hasta la fecha no se ve mucha gente negra en Sandton porque para comprar en Gucci, Louis Vuitton o Cartier se necesita un ingreso que la mayor parte de los negros todavía no ha alcanzado, o quizá porque los tendidos eléctricos mentales no están totalmente retirados a pesar de que las autoridades negras que gobiernan el país han colocado una inmensa estatua de Mandela al centro de su gran plaza como para decir “vengan todos que la pesadilla del apartheid ha terminado”.
Luego de visitar Sandton y ver sus enormes mansiones en avenidas arboladas con gusto y mantenidas impecablemente como las de Palm Beach en Florida, Cromwell nos llevó a Soweto, un suburbio de la capital donde viven hacinados varios millones de negros que durante el apartheid fueron expulsados de Johannesburgo a fin de que los blancos “se sintiesen seguros” y de que tuviesen más espacio para expandir sus propiedades.   
Nos detuvimos en la entrada norte de Soweto. Dos anchas y enormes chimeneas dan la bienvenida. “Esta central eléctrica fue trasladada cuando nos expulsaron aquí. Antes estaba en el centro de Johannesburgo pero como contaminaba a los blancos la pusieron cerca de nosotros. Eso sí, no nos dieron electricidad”, dijo Cromwell con un esbozo de sonrisa a la vez triste y rabiosa que hacía innecesarios más comentarios.
A poco de entrar ya en Soweto el coche se detuvo y Cromwell nos presentó a un negro pobremente vestido que nos llevó a pie por los entresijos de su barriada sin duda una de las más pobres. Las calles por supuesto no están asfaltadas, no tienen electricidad, el agua potable sale de un grifo cada 100 metros. En los tiempos del apartheid los negros ni siquiera podían tener tiendas de alimentación ni comercio, todo estaba en manos de los blancos.  “Ahora tenemos permisos para lo que sea pero nos falta de todo, sobretodo trabajo”, se quejó sin amargura  nuestro eventual guía, “yo hace 6 años que no encuentro empleo”. Desgraciadamente, esta parte de Soweto no me es extraña, cada vez que voy a Lima visito barriadas que son igualmente miserables salvo en dos cosas: que las barriadas limeñas crecen más rápido que las sudafricanas y que nuestros habitantes no mantienen una cierta alegría que a pesar de su miseria percibí en los sudafricanos.
Luego de regresar al amparo de Cromwell visitamos algunas áreas menos pobres de Soweto donde había llegado la luz y el agua. Nos detuvimos en la iglesia Regina Mundi, cuya Virgen Morena (The Black Madonna) es muy venerada. Un diligente sacristán nos mostró las perforaciones de las balas dejadas en las paredes de la iglesia por las fuerzas del estado en unos de los asaltos que causaron numerosas víctimas. La paranoia de los blancos deseaba intimidar las reuniones que los negros solían tener bajo la protección de la iglesia católica. Durante las explicaciones del sacristán, un inglés, que con su familia se unió a nosotros, murmuraba y movía disgustado su cabeza hasta que en un momento con tono de indignación dijo que posiblemente dentro de la policía que había disparado habría también negros. Más adelante, al ver una galería de fotografías de las atrocidades cometidas, el inglés dejó de murmurar mientras su hijo de unos 10 años le enseñaba algunas dolorosas escenas y le preguntaba insistentemente, “¿porqué los mataron, papá?” Al ver que el padre no respondía, le dije al niño, “los mataron porque eran negros”. “¿Solo por eso?”, preguntó la criatura.  “Sí, solo por el color de su piel”, le dije. Incrédulo, el niño desvió su mirada en dirección a su padre como pidiendo confirmación.  A regañadientes y sin entusiasmo el padre lo confirmó, “es verdad, pero eran otros tiempos”.
Luego visitamos el colegio secundario donde en 1976 estalló el levantamiento de los estudiantes para protestar contra la orden del gobierno que prohibía enseñar en lenguas nativas y obligaba a que las clases se impartiesen en Afrikáans, idioma de origen holandés que todavía hablan los descendientes de los boers que colonizaron el país. La rebelión de Soweto tuvo una repercusión internacional tanto por la brutalidad con que fue reprimida, como porque a partir de esa fecha la población negra sufrió peores restricciones y mayor discriminación.
Lo que vimos las siguientes tres semanas que estuvimos en Sudáfrica fue un constante recordatorio del apartheid y de la esclavitud traída por los boers primero y luego por los ingleses. La casa de Mandela en Soweto es ahora un destino turístico. Un museo de sitio está a punto de inaugurarse cerca de esa casa. También han levantado un moderno museo que lleva el nombre del mártir Hector Pieterson, un negrito de 12 años que cayó junto a otros compañeros por las balas asesinas disparadas por la policía en su afán de reprimir una manifestación estudiantil evidentemente desarmada. Hector pasó a la historia gracias a la fotografía que un osado periodista divulgó por todo el mundo; en ella se ve al niño sangrando por la cabeza en brazos de un hombre joven que corre desesperado en busca de auxilio, una chica totalmente consternada los acompaña. En este museo se pueden apreciar videos de testimonios, fotografías de protestas, actos represivos de una temible fuerza pública que con tanques y vehículos blindados se ensaña persiguiendo a una población indefensa.
El museo Hector Pieterson es uno de los tantos que hay en Sudáfrica  para recordar la etapa criminal de los opresores. Por ejemplo, el enorme Museo del Apartheid en Johannesburgo tiene salas de documentación bibliográfica, videos, fotografías y películas que junto a las armas y vehículos blindados usados por la policía que dan al visitante una pálida idea, pero idea al fin, de la época en que los negros sudafricanos fueros discriminados en su propio país y las estrategias que usaron los blancos para mantenerlos en la ignorancia, como la imposibilidad de acceder a la educación superior, o la prohibición a desplazarse de un lugar a otro sin permiso. También hay cárceles antiguas convertidas en museos donde uno puede ver las condiciones inhumanas donde retenían y torturaban a los presos o a los esclavos. La lista de prestigiosos reos la encabezan Ghandi y Mandela y otras figuras emblemáticas de la historia moderna de Sudáfrica. En estos museos se pueden ver las vestimentas que tenían, los cubiertos que usaban, los menús que comían, las cadenas y elementos de tortura. Junto a estos museos no hay ciudad que no tenga avenidas, plazas, monumentos, cuyos nombres mantienen viva la memoria histórica de la infame opresión.

II
NO HAY FUTURO SIN PERDÓN
La pregunta que uno se hace visitando este enorme país que tiene modernas carreteras perfectamente señalizadas, cuya actividad industrial es de primer orden, que exporta automóviles, aviones, maquinaria industrial, cuyas universidades son comparables a muchas de Europa, cuyos parques nacionales están mejores cuidados que los de EEUU, en fin, que tiene muy poco de tercer mundo y mucho del primero, es: ¿Cómo pueden haber logrado esta armonía racial sin actos de venganza ni desmanes públicos? ¿Cómo fue posible retener a gran parte de esa minoría blanca propietaria de poderosas empresas y poseedora de una exquisita educación profesional y científica?
Es verdad que al comienzo de la “era Mandela” miles de blancos huyeron temerosos de ser castigados por sus crímenes. Otros emigraron porque perdieron sus abusivos privilegios. Algunos se fueron porque no soportaban tener a un negro viviendo al lado de su casa. Muchos hicieron sus maletas en busca de paz y mejores oportunidades. Sí, la emigración de blancos principalmente a Australia y Canadá fue muy grande, pero no lo suficiente como para que el país quedase paralizado. Es más, los blancos han comenzado a regresar al ver que sus pesimistas pronósticos no se cumplieron, y también porque aman a Sudáfrica, sienten que es su patria,  el país donde nacieron, se criaron y donde viven sus amigos y parientes.
La respuesta a esta, llamemos, concordia, no es difícil de encontrar. Se nota por todas partes. Los negros han tomado el control del país sin emplear ninguna acción injusta, la vendetta racial que muchos blancos temían nunca ocurrió. Las instituciones del Estado como el Poder Judicial, la policía, el ejército, funcionan para garantizar el progreso de todos. Blancos y negros tienen ahora los mismos derechos y obligaciones.  
Sin lugar a dudas esta reconciliación nacional se debe a la labor de liderazgo ejercida por dos gigantes de la historia contemporánea, Nelson Mandela y Desmomd Tutu, ambos laureados en diferentes años con el Premio Nóbel de la Paz  como reconocimiento a su lucha contra el apartheid y en favor de los derechos humanos. Una de las primeras cosas que hizo Mandela al ser elegido el primer presidente sudafricano negro, luego de haber estado preso durante 28 años, fue crear una Comisión de la Verdad y Reconciliación cuya dirección encomendó al obispo anglicano Desmond Tutu. El trabajo de la CVR se dividió en tres partes: Comité sobre las Violaciones de los Derechos Humanos, Comité de Reparaciones y Rehabilitación, y  Comité de Amnistía. A pesar del necesario formalismo estos comités no actuaron como un tribunal de justicia, sino que durante sus investigaciones y audiencias públicas transmitidas por la televisión y seguidas con interés por los sudafricanos, mantuvo en todo momento un talante reconciliador usando con tacto y sabiduría el poder que se les otorgó para amnistiar a los sujetos que cometieron injusticias y crímenes.
Todo el país vio y sintió el proceso de sacar a la luz las injusticias cometidas durante tanto tiempo. Como explica muy bien el obispo Tutu en su libro No hay futuro sin perdón, luego de muchas horas de debate y negociación con los representantes blancos que controlaban la economía, las fuerzas armadas, y el Poder Judicial, se decidió que la CVR no actuase como un tribunal de justicia tipo Nuremberg porque eso causaría un resentimiento terrible entre los familiares y amigos de los acusados. Argüían que el juicio de Nuremberg solo fue posible llevarlo a cabo porque el tribunal estaba formado por extranjeros que no se quedarían a vivir en el país.
Por otro lado el nuevo gobierno no permitió que se aprobase una amnistía general, al igual a lo sucedido en varios países de América Latina para sujetos que todavía no habían sido llevados a tribunales. No, no se quiso amnistiar a los que no habían declarado sus crímenes porque por encima de todo se buscaba saber la verdad de los hechos. La reconciliación vendría después. Sabia decisión: no puede haber reconciliación ni amnistía si los responsables no declaran la verdad de lo acontecido.
El resultado de la CVR fue que 849 personas fueron amnistiadas luego que confesaran sus crímenes. Lo curioso fue que no se les exigía que se arrepintiesen para amnistiarlos, sólo que digan la verdad, eso era suficiente porque para la reconciliarse no se buscaba ni la humillación ni la venganza, solo la verdad.
El caso del cruel ex presidente  P. W. Botha causó gran polémica ya que el temible “viejo cocodrilo” se negó a presentarse a la CVR diciendo que era “un circo”. Sin embargo, la comisión se apiadó de él y dejó en suspenso su sentencia debido a la apoplejía que padecía y a su avanzada edad, había nacido en 1916.
Hubo un factor característico de los sudafricanos que hizo posible esta reconciliación y es lo que ellos llaman ubunto. El obispo Tutu lo explica así*:
“ (…) ubunto es difícil de entender en idiomas occidentales. La palabra significa la verdadera esencia del ser humano. Cuando uno quiere elogiar a alguien decimos Yu, u nobuntu. Oye, ese tiene ubunto, eso quiere decir que es hospitalario, amigable, cariñoso, compasivo. Uno comparte lo que tiene. Es como decir: “Mi humanidad está cogida y unida de forma inextricable a la tuya”. Nosotros decimos: “una persona es una persona gracias a otras personas”. Nosotros no decimos: “pienso luego existo”, sino: “yo existo porque pertenezco, porque comparto, porque participo”. Una persona con ubunto  es abierta y disponible a otros. Está  segura porque no se siente amenazada por otros que tengan más talento o cualidades, ya que al estar seguro de sí mismo sabe que pertenece a algo grande que sólo puede disminuir cuando son humillados o disminuidos cuando son torturados u oprimidos, o tratados como si fueran menos de lo que son.

Fuertes reparaciones económicas fueron acordadas a las víctimas a pesar de las difíciles condiciones económicas por las que atravesaba el país. Obviamente fue imposible  resarcir todas las pérdidas materiales y sobretodo morales que sufrió la población negra. Sin embargo, lo que más importaba a las víctimas no era que les pagasen sino que reconociesen los crímenes, abusos y humillaciones cometidos contra ellos. 
Los mensajes que la población ha recibido de la venerada, respetada y asentida CVR de Sudáfrica son básicamente tres:
1-                “La verdad es el camino a la reconciliación”.
2-                 Se perdona pero no se olvida”.
3-                “No hay futuro sin perdón”
Claro que para reconciliarse y perdonar, el ofensor primero tiene que decir la verdad, y eso se logró en Sudáfrica.  
III
EL CASO OPUESTO DEL PERÚ
Es imposible no comparar lo sucedido en Sudáfrica con la situación del Perú.  Nuestra CVR ha sido hipócritamente vilipendiada, insidiosamente desacreditada e insultada, y hasta sus miembros vejados físicamente. Esta repugnante campaña para que sus recomendaciones caigan en saco roto ha sido fomentada desde los partidos políticos que estuvieron en el gobierno durante aquellos lamentables años y por instituciones que permitieron o encubrieron el genocidio de 70,000 peruanos, entre ellas destaca la jerarquía de la Iglesia Católica, encabezada por el tristemente célebre cardenal Juan Luis Cipriani, que se mofa de los Derechos Humanos, y que es la cara opuesta en todo sentido al obispo anglicano Desmond Tutu. Hay también muchos ingenuos o ignorantes que creen que atacando a la CVR defienden el honor de las Fuerzas Armadas y policiales, sin darse cuenta de que la mejor manera de defender una institución es con la verdad porque ese es el único camino hacia la reconciliación, como dice el obispo Tutu.
Por otro lado nuestros medios de comunicación, posiblemente interpretando la desidia y frivolidad de la sociedad, no han dado suficiente cobertura al sufrimiento de las víctimas del genocidio ayacuchano, a la tragedia de sus huérfanos, al dolor de sus padres, viudas, hermanos. Tampoco se han hecho eco al pavor con que viven las 40 mil mujeres violadas, al trauma físico y psíquico dejado en tantas personas torturadas durante los 20 años de terror senderista y estatal. Y no se hable de los cientos de miles, quizá hasta un millón de Ayacuchanos, que dejaron sus tierras y huyeron de la violencia para vivir miserablemente en las barriadas de Huancayo o Lima donde se estrellan y sucumben los valores y la cultura andina que a mucha honra tenían.
La tragedia del pueblo ayacuchano no ha calado en la mente de los peruanos. No hay museos que mantengan la memoria de lo ocurrido. Ni aniversarios oficiales, ni plazas ni monumentos, ni calles o avenidas, y las pocas placas que se han puesto no han sobrevivido los ataques de gente pagada quién sabe por quién. Hasta el intento que se hizo en Lima de poner en un lugar semioculto del Campo de Marte un humilde pedazo de  piedra titulado -El ojo que llora- en recuerdo de las víctimas, ha sido repetidamente violado con pintura roja  y huevos podridos.
Eso sí, sabemos mucho más sobre las víctimas civiles de Irán, Afganistán, la guerra de Bosnia o el genocidio de Ruanda que sobre el dolor de nuestros compatriotas. Nos inundan a cada momento con lo que sucede en Israel y Palestina, y no nos dicen nada sobre la terrible situación en que se encuentran los familiares de tantos conciudadanos muertos y desaparecidos que viven a solo media hora de vuelo de Lima.
Los  medios informativos nos mantuvieron más enterados de lo sucedido durante el proceso legal contra Pinochet por la muerte de 3,000 chilenos, o de las actividades reivindicativas de las Madres de Mayo, que luchan por esclarecer las muertes de 20,000 argentinos, que de lo ocurrido con 70,000 peruanos muertos o desaparecidos. No es que no debiéramos estar informados sobre las tragedias similares que ocurren en otros países. No, al contrario, esos crímenes deberían habernos hecho más sensibles a nuestra tragedia, sin embargo ha sido al revés, nos hemos contentado con ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el nuestro.
El intento de la CVR por revelar lo sucedido y proponer planes para la reconciliación nacional ha fracasado, no ha llegado al público ni ha presionado a las autoridades. Con sibilina actitud la mayor parte de los medios de comunicación ha dado más cobertura a las injustas críticas lanzadas contra el informe final de la CVR que al informe mismo. Ni uno solo ha ofrecido sus páginas de forma relevante y persistente a los prestigiosos miembros de la CVR a pesar de que en ella participaron miembros de la Iglesia, de las Fuerzas Armadas, juristas, sociólogos, catedráticos. Su presidente, el filósofo Salomón Lerner Febres, posee una estatura moral e intelectual incontestable, fue Rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y su imparcialidad política está fuera de toda sospecha.
Si es verdad que la gran mayoría de líderes de Sendero Luminoso están tras las rejas, lejos estamos de haber conseguido llevar a los tribunales a los responsables de los crímenes cometidos por las fuerzas del Estado. Sin este necesario ajuste de cuentas no puede haber reconciliación  porque para ello no solo hay que saber la verdad, sino que hay que arrepentirse por los crímenes cometidos, y en nuestro país nadie se arrepiente de nada, ni los que están cumpliendo condena en la cárcel ni los que todavía gozan de una inmerecida libertad. ¿Alguien ha escuchado alguna vez a Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, pedir perdón por los horrorosos crímenes cometidos? ¿Acaso sus secuaces terroristas han mostrado arrepentimiento? ¿Alguna vez se ha escuchado al cardenal Cipriani pedir perdón por ser cómplice del silencio mientras fue obispo de Ayacucho? ¿Hemos escuchado alguna vez algún miembro de la Fuerzas Armadas o de la Policía arrepentirse por la criminal represión que hicieron al aterrorizar a los ya aterrorizados pobladores por causa de Sendero Luminoso? ¿Se arrepintió alguna vez Belaúnde por su indolencia al controlar a las Fuerzas Armadas? ¿Ha pedido perdón Alan García por el encubrimiento y complicidad en los asesinatos masivos en cárceles o en las múltiples ejecuciones de inocentes campesinos? ¿Alguien ha visto algún gesto de arrepentimiento en la cara arrogante de Fujimori por los miles de ayacuchanos y limeños asesinados por miembros de su gobierno? ¿Es posible que los jueces y fiscales hayan cerrado sus ojos ante tanto crimen y hasta ahora no hayan abierto la boca? ¿Se ha escuchado alguna vez a algún ministro de Defensa o del Interior o algún jefe del Ejército o de la Policía pedir perdón por los crímenes de sus subordinados? ¿Se ha llevado acabo alguna investigación seria para castigar a los que deshonraron el uniforme llevado con tanto honor por nuestros héroes militares?
Nadie ha pedido perdón por los muertos. Nadie se siente responsable por los miles de huérfanos abandonados a su miserable suerte. Nadie paga su condena por las mujeres violadas, ni por otros tantos miles de peruanos y peruanas torturados cuya pesadilla no puede ser borrada de su mente. Todos se desentienden por el millón de ayacuchanos desplazados de sus tierras.
No, aquí en el Perú nadie se arrepiente ni pide perdón de nada. Creen que los Derechos Humanos son una cojudez, como proclamó Cipriani.  O creen que cerrando los ojos y dando la espalda a las víctimas éstas curarán sus heridas. Después de tantos años las miserables reparaciones dadas hasta la fecha a las víctimas son tan escasas que en vez de ayudar insultan.
Pues para esa gran mayoría de peruanos que viven a espaldas de las víctimas del terrorismo y para las autoridades que no hacen nada les tengo malas noticias. Los ayacuchanos, como cualquier pueblo que ha sido humillado, no olvidan ni perdonan el atropello. Piense en algún familiar suyo que haya muerto  en las circunstancias que sean, ¿ha podido usted olvidarlo? ¿Verdad que no? Pues igual o más es el dolor de miles de ayacuchanos que han visto desaparecer sus seres queridos a causa de los senderistas o de las fuerzas del Estado. El dolor de perder un familiar  o de haber sido uno víctima de tortura, no pasa página, se queda, y en vez de desaparecer crece con el tiempo de generación en generación. La memoria histórica del genocidio ocurrido en el Perú no se borrará. Al dolor imperecedero de las víctimas se han unido solidariamente varios intelectuales, ONG, cineastas, escritores,  asociaciones civiles y personas sensibles que mantienen y mantendrán encendida la llama de la reivindicación hasta conseguir que los responsables asuman su culpas y pidan perdón, y los criminales, todos, sean juzgados, no importa si son militares, civiles o eclesiásticos. Solo entonces  habrá reconciliación en el Perú, mientras tanto seguiremos divididos arriesgando que el genocidio se vuelva a repetir, o que políticos aventureros aprovechen el dolor ajeno para intentar encaramarse en el gobierno causando más odio y rencor.

HM. 25 de marzo de 2009



* No future without forgiveness” Desmond Tuto. Editorial Doubleday

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