Les invitamos a participar en este blog dedicado a mantener la memoria histórica del terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA, al que se sumaron los crímenes cometidos por miembros de las fuerzas del Estado. También tenemos la Biblioteca Virtual de la Verdad y Reconciliación, cuyo contenido sigue creciendo. Al momento hemos registrado mas de 600 de libros, muchos de ellos digitalizados, así como cientos de fotografías, videos y cerca de 2,000 documentos y artículos periodísticos. http://www.verdadyreconciliacionperu.com/home.aspx


sábado, 27 de febrero de 2010

LOS QUE NO DESEAN LA RECONCILIACIÓN

Parece increíble pero existe un poderoso sector de nuestra sociedad que no desea la reconciliación del Estado con las víctimas del genocidio. ¿Qué es lo que alegan estas personas? ¿Son sinceras, solidarias y responsables o simplemente egoístas y temerosas de perder sus privilegios?

En países como el nuestro, aquellos que detentan el poder económico también controlan el poder político. Esto hace que se defienda a ultranza cualquier atisbo que pueda, según ellos, “subvertir el orden público”. El Estado, o sea ellos, no puede equivocarse. Parece que le han adjudicado la infalibilidad papal. Cualquier sector que ponga en duda la actuación del Estado puede también poner en duda el poder en general y eso no puede ser, hay que acallarlo antes de que el malestar social se expanda. Las Fuerzas Armadas, también según ellos, son parte inextricable del Estado pues garantizan el funcionamiento y la estabilidad del país, por lo tanto hay que defenderlas ante cualquier sector de la población que ponga en duda su actuación.
Para mantener este estado de cosas antes se usaba la cachiporra, la prisión y la extradición, ahora solo es necesario controlar los medios de comunicación, que obviamente son parte del sistema. Por eso no sorprende que ningún periódico haya hecho una campaña seria y persistente en favor de la reconciliación del país, o haya acogido y resaltado las voces discordantes que denuncian lo ocurrido. En el Perú se sabe más sobre las Madres de Mayo o de Pinochet que sobre Lucanamarca o Putis. Lo más que se ha logrado es que el todopoderoso El Comercio publique alguna vez, siempre con la boca chiquita y la ambigüedad que le caracteriza, artículos sobre la necesidad de una reconciliación nacional. Es preferible dejar a otros medios el “privilegio” de demonizar a la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y atacar todo lo que esté relacionado con los reclamos de las 70,000 víctimas de un pueblo mayormente indígena, pobre y quechua hablante.
Los que se oponen a la reconciliación, como los seguidores de Fujimori, no son otra cosa que títeres de un poder que los manipula a base de miserables prebendas y de promesas que no cumplen. De ahí los ataques a los símbolos del genocidio, como al monumento El ojo que llora. De ahí las estentóreas voces que se oponen al proyecto al Museo de la Memoria. De ahí el recorte de fondos para el Registro Único de Víctimas. De ahí las mezquinas y tardías reparaciones. De ahí el odio que destilan persistentemente sus voceros de pacotilla en periódicos y en televisión. Y lo más grave, de ahí proviene el silencio de aquellos que pudiendo hacer algo miraron a otro lado, y son ahora los mismos que callan y agachan la cabeza.

EN LO QUE SE EQUIVOCAN
La aparente arrogancia de los que se oponen a la reconciliación no es lo suficientemente grande para ocultar el miedo que tienen a que se solivianten los ánimos del pueblo. Y usan a las Fuerzas Armadas y a la Policía para acallar cualquier protesta. Desgraciadamente para ellos y para el país la evidente fractura social se va agravando. No se puede tapar el sol con un dedo. Existe un justificado resentimiento contra el Estado que oculta y protege a los responsables de las masacres, torturas, desapariciones y violaciones. No se han dado cuenta de que estas atrocidades no las puede borrar ni el silencio de El Comercio, ni los ataques inmorales de medios de comunicación que por higiene mental rehusamos nombrarlos.
El dolor de los ayacuchanos y de otros habitantes de nuestra serranía no puede desaparecer con declaraciones negacionistas de un ministro de Defensa; con los desplantes de un cardenal Primado, ejemplo del peor fariseísmo; con evasivas de generales que temen ser juzgados por un tribunal internacional. No, no hay nada que pueda mitigar el dolor de las víctimas que no sea una expresión de respeto y solidaridad.
Esconder la cabeza como el avestruz no hace sino perpetuar el dolor y aumentar el resentimiento. Lo curioso es que la miopía intelectual del poder va en contra de sus propios intereses. ¿Qué sucedería si en vez de maltratar y ningunear a las víctimas se acercasen a ellas con gestos solidarios? ¿Qué pasaría si activasen todas las promesas presidenciales hechas para conseguir su voto? ¿Qué ocurriría si el Estado asumiese su responsabilidad en los hechos? La respuesta es clara: el Perú sería otra cosa, estaría más unido y mejor preparado para enfrentarse al futuro. Es más, el poder económico no sufriría nada, al contrario, sería más fuerte y sólido. Claro que para creer en esto se necesita tener una visión más amplia e inteligente, y de esas dos cosas carecen los que mangonean el país a través de sus marionetas.

HM

sábado, 20 de febrero de 2010

¿RECONCILIACIÓN...? ¿ENTRE QUIÉNES?

¡BASTA DE VAGUEDADES!
Realmente estamos hartos de que se hable tanto sobre la necesidad de reconciliarse sin identificar con pelos y señales quiénes son las personas o grupos que deben hacerlo. Todo son vaguedades, imprecisiones, nadie quiere realmente tomar al toro por los cuernos. Mejor es seguir nuestra inveterada costumbre de no hablar alto y claro para no herir susceptibilidades. Quizá se espera que con ese espíritu etéreo y ambiguo la gente enemistada se olvide de sus rencores y miedos. Claro que esto no sucede ni sucederá. Nadie ha descubierto la generación espontánea.

LA RECONCILIACIÓN SEGÚN LA CVR
La CVR formuló recomendaciones muy valiosas pero tan alturadas y ambiciosas que nadie les hizo caso, menos los gobiernos que aprovecharon la confusión para acusarlos falsamente de estar al lado de los terroristas y en contra de las Fuerzas Armadas. Muchos medios de comunicación han martillado una y otra vez esta acusación perversa y deshonesta que llegó a convencer a aquellos que no se dieron el trabajo de leer el informe de la CVR. “Una mentira repetida mil veces se convertirá en realidad” recomendaba Goebbels y los medios peruanos le hicieron caso.
En su recomendación final la CVR propuso reconciliar “los vínculos fundamentales entre los peruanos, vínculos que quedaron destruidos o deteriorados por el conflicto vivido…”. Más utópica no podía ser esta recomendación; hablar de “los peruanos” en general es como hablar del tiempo. Los peruanos estamos fraccionados en tantas formas que sería inútil examinarlo ahora. Intentando acotar el terreno la CVR recomienda una reconciliación “entre el Estado, la sociedad y los partidos políticos”. Es decir, reconciliación entre todos; es decir, entre nadie. Creyendo reducir todavía más el objetivo la CVR pide una “reconciliación de la sociedad civil con la sociedad entera, de modo especial con los grupos étnicos marginados”. Nótese que la “sociedad civil” no la opone a los militares, sino a la “sociedad entera”, ¿la “sociedad civil” no es parte de la “sociedad entera”? Finalmente, a la cola de la lista, la CVR recomienda una reconciliación entre “los miembros de comunidades o instituciones que se vieron enfrentados”. Sin mencionar por su nombre a ninguna de ellas.
Pero dejando a un lado nuestras observaciones, quizá mezquinas ante un documento valioso, lo importante que hizo la CVR fue preparar luego una hoja de ruta detallada para refundar, reconciliar, nuestra nación. Sus precisas recomendaciones abarcan desde necesarias reformas institucionales, como la reforma de la Policía, Fuerzas Armadas, Poder Judicial, hasta un Plan Nacional de Investigaciones Antropológico- Forenses, pasando por un Plan de Reparaciones. Estas específicas sugerencias podrían haber sido muy útiles para cualquier gobierno comprometido con el Perú, no para el de Toledo ni el de Alan García, a quienes el informe de la CVR les ha pesado como una loza. Nuestros gobiernos no han tenido la voluntad política, visión, ni inteligencia para hacer suyas recomendaciones que hubieran permitido la indispensable unión de los peruanos para enfrentar con éxito los retos de un crecimiento económico y social armonioso y justo.

¿QUIÉNES DEBEN RECONCILIARSE?
Dicen que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, por eso deseamos coger una ruta menos utópica y ambiciosa que la sugerida por la CVR. Primero consideremos que se reconcilian solo aquellos que en un tiempo llevaban buena relación y por alguna razón se enemistaron. Por ejemplo, desavenencias entre familiares, entre vecinos, entre amigos. Reconciliar es volver a la amistad, cariño y respeto de antes.
Ahora veamos quiénes participaron en los crímenes entre 1980 y 2000. Es evidente que hubo tres protagonistas. En primer lugar los terroristas que originaron el genocidio. En segundo término el Estado que no controló ni castigó las acciones de algunos miembros de la Fuerzas Armadas que ocasionaron masacres. El tercer protagonista fue el pueblo inocente cuyos habitantes fueron asesinados, secuestrados, torturados, violados u obligados a dejar sus hogares.
Aunque parezca perogrullada la reconciliación es un problema a tres bandas:
1- Terroristas vs Estado: reconciliación imposible. El Estado tiene el deber de juzgar y condenar a los terroristas. Estos no se arrepienten.
2- Terroristas vs Pueblo: reconciliación imposible. Los terroristas no han demostrado arrepentimiento. Es más, amenazan con volver a sus andadas criminales.
3- Estado vs Pueblo: es una reconciliación posible, necesaria e indispensable.
Hasta ahora no ha sido posible este acercamiento por la incapacidad que tienen los políticos para comprender que el principal asunto no es conceder reparaciones económicas siempre exiguas, tardías y que no cubren ni de lejos a todas las víctimas. El factor monetario es el menos importante en una reconciliación. Lo que se necesitan son gestos, actitudes, intenciones. Y de esto carecen los gobiernos que insisten en no poner a disposición de la Justicia a los criminales de sus Fuerzas Armadas. Que acosan y acusan de comunistas a todo aquel que defiende los derechos de las víctimas. Gobiernos que boicotean de varias maneras el programa de reparaciones y de empadronamiento de víctimas. Y sobretodo políticos que influyen en los medios de comunicación para que satanicen a las organizaciones que defienden los derechos humanos.

Esperamos seguir con el tema de la reconciliación, apuntalando las acciones que pueden lograr que esto ocurra en nuestro país en un futuro no muy lejano.



lunes, 15 de febrero de 2010

¿GENOCIDIO O "VÍCTIMAS DEL CONFLICTO ARMADO"?

Llamar genocidio a lo ocurrido en el Perú entre 1980 y 2000 no es política ni socialmente correcto. Comprendemos que los organismos del Estado eviten este término ya que en parte fueron responsables de ello. Pero lo llamativo es que ninguna ONG o institución privada tampoco usa esta palabra, parece que se autocensurasen en aras de una mal entendida “armonía social”. Hasta la CVR, con todo el valor y sapiencia de sus miembros, prefirió usar el inocuo término “conflicto armado”.
Realmente no debería sorprendernos, una de las características de nuestra sociedad es no llamar a las cosas por su nombre. Parece estar enraizado en nuestros genes evitar la confrontación, la discusión abierta, guardar las formas para no herir susceptibilidades, aunque la verdad es que, lo que en otras partes se llama hipocresía, nos ha sido impuesto o promovido por los que ejercen el poder y el mando. Ellos sí pueden decir lo que sea, ellos sí pueden insultar, agredir, explotar, abusar, mentir; el resto tiene que comportarse bien y agachar la cabeza. No hay que provocar a las autoridades, no hay que ganarse pleitos ajenos, no hay que protestar.
Personas que conocen bien lo sucedido justifican la omisión de calificar como genocidio la muerte de 70,000 personas porque, dicen con empaque, habría problemas desde el punto de vista jurídico. No se obtendrían pruebas suficientes para que un juez acusara de genocidio a los terroristas que llevaron una campaña de aniquilación a todos los que se opusieran a sus deseos. Menos sería posible acusar a los miembros de las Fuerzas Armadas que asesinaron niños, mujeres y ancianos. Y como eso es difícil de probar, no lo llamemos genocidio, mejor llamémoslo “víctimas del conflicto armado”. Pero uno se pregunta ¿quién tiene que sustentar la acusación? ¿La CVR ya desaparecida cuyas funciones no incluía tal prerrogativa o el fiscal del Poder Judicial? ¿No hay un Baltasar Garzón peruano que tenga el coraje y valor de acusar de genocidio a los que los cometieron? ¿No hay un solo justo en el Poder Judicial del Perú? Sí que los hay, son muchos, pero están amordazados por el Estado y no han podido actuar bajo pena de terminar expulsados como ha sucedido con los pocos que lo intentaron.
Hagamos un alto para reflexionar sobre lo que significa Genocidio. Según la Resolución de la Asamblea General de la ONU del 9 de diciembre de 1948 genocidio son los crímenes cometidos con “la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Además de matar la ONU también menciona como genocidio “la lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo”. ¿No fue eso lo que sucedió en el Perú, especialmente en Ayacucho donde asesinaron a miles de inocentes porque eran indígenas, quechua hablantes, y no podían defenderse? Si eso no fue genocidio ¿qué fue?, ¿un accidente? ¿Se puede llamar “daños colaterales” a las 70,000 víctimas? ¿Sucedió que esos indígenas paseaban por allí y quedaron atrapados entre dos fuegos? ¿No fue acaso que los senderistas entraron en poblaciones, sacaron a los humildes habitantes de sus casas y asesinaron a muchos inocentes para amedrentar a los otros? ¿No fue acaso que los militares en vez de dar protección a los pobladores los asesinaron y enterraron en fosas clandestinas? ¿No fue acaso que todo indígena era sospechoso de colaborar con los enemigos, siendo estos a veces terroristas y otros militares? ¿No asesinaron a personas para apropiarse de su ganado y de sus miserables cosechas? ¿Acaso no violaron a miles de mujeres para vejarlas y desmoralizarlas? ¿Cómo se denomina todo eso?, ¿"víctimas del conflicto armado” o genocidio en toda regla?
Por respeto a la verdad y sobre todo a las víctimas debemos llamarlo como lo que realmente fue: ¡GENOCIDIO! ¡GENOCIDIO! ¡GENOCIDIO!

lunes, 8 de febrero de 2010

"ESTADO DE MIEDO". EL SECRETO MEJOR GUARDADO

LA MALA NOTICIA
Por increíble que parezca, una de los mejores y más impactantes documentales sobre el Perú ha pasado prácticamente inadvertido por el público. ESTADO DE MIEDO, subtitulada “La verdad del terrorismo”, fue producido por “Skylight Pictures” de Estados Unidos y “Toronja Comunicación Integral del Perú”. El documental trata con seriedad, arte y sofisticada técnica los acontecimientos ocurridos durante los crueles años de terrorismo que sufrió el Perú. La Fundación Ford auspició su traducción al quechua y la producción de 200 copias que fueron distribuidas entre organizaciones educativas.
Esta estupenda película fue seleccionada para participar en cuatro festivales de cine, y ganó el premio al “Mejor Reportaje sobre América Latina” otorgado por Overseas Press Club en 2006.
En ESTADO DE MIEDO participan desinteresadamente intelectuales, políticos junto con los testimonios de muchas víctimas. Quizá el principal valor de esta película resida en el guión siempre veraz y objetivo, a la vez que atractivo y dinámico. El espectador se queda enganchado desde el primer hasta el último minuto.
Desgraciadamente, y a pesar de los esfuerzos hechos por la Defensoría del Pueblo y la Coordinadora Nacional de los Derechos Humanos, ESTADO DE MIEDO no ha llegado a los hogares del Perú. La televisión, pública y privada, la ha ninguneado olímpicamente. Esta película sólo se exhibió tres veces en Huamanga, dos días en Lima y una vez en Huanta, Abancay, Soccos y Lucanamarca. Una cosa muy diferente pasó en el exterior, ya que el documental de Pamela Yates no sólo se estrenó oficialmente en la ciudad de Nueva York en el año 2005, sino que desde allí inició un circuito de proyecciones por 156 países, y en versiones traducidas hasta en 48 idiomas.
En una rápida encuesta realizada en nuestro entorno, ninguna persona la había visto y ni siquiera había oído hablar del mejor documental hecho sobre la violencia que azotó al Perú en los años ochenta y noventa. Realmente no debería sorprendernos, era de esperar el secretismo al que fue recluido ESTADO DE MIEDO, primero por el  gobierno del "felipillo" Alejandro Toledo y después por  el de Alan García y su vicepresidente Luis Giampetri, ambos acusados por las matanzas de los penales de El Frontón y Lurigancho, y su ministro de Defensa Rafael Rey, reaccionario a ultranza, negacionista y promotor del olvido a las víctimas.
Dato importante: para sacarle jugo a ESTADO DE MIEDO, los productores han realizado un documental de acompañamiento titulado MÁS ALLÁ DEL ESTADO DEL MIEDO que sirve como guía pedagógica y ofrece información adicional, incluyendo la exposición de las impactanes fotografías de Vera Lentz.

LA BUENA NOTICIA
Ahora puede ver ESTADO DE MIEDO en la Biblioteca del Genocidio en Ayacucho.
O, si lo prefiere, haga clic aquí y siga las instrucciones: http://www.megavideo.com/?v=9L268XPK
El mejor gesto de protesta contra el olvido de las víctimas es ver este documental y recomendarlo a sus amigos y familiares.
Gracias en nombre de ellos.
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FICHA TÉCNICA
ESTADO DE MIEDO (La verdad del terrorismo)

DIRECTORA: Pamela Yates
GUIÓN: Pamela Yates, Paco de Onís, Peter Kinoy
COMENTARIOS DE: Carlos Iván Degregori, Sofía Macher, Beatriz Alva Hart.
TESTIMONIOS DE: Ramiro Niño de Guzmán, Nelida Oré, Carlos Sánchez, Fany Palomino, Vera Lentz, Bernavides Cuevas, Luzmila Chiricente, Benedicto Jiménez, Magdalena Monteza, José Viscarra, Sofía Macher y Beatriz Alva Hart.
MÚSICA: Tito La Rosa and Tavo Castillo
TRADUCCIÓN, NARRACIÓN Y VOCES EN QUECHUA: Julián Aguilar Vásquez, Silvia Arroyo Valencia, Carlos Falconí Aramburu, Miriam Carbajal Aguilar
AÑO: 2005
DURACIÓN: 94 minutos

Un avance del documental:

lunes, 1 de febrero de 2010

UN MAL PRESAGIO: CAMBIO DE NOMBRE DEL MUSEO DE LA MEMORIA

Mario Vargas Llosa ha anunciado que el “Museo de la Memoria” se llamará “Lugar de la Memoria”. ¿Este cambio es un capricho del literato o realmente es necesario cambiar la palabra Museo por otra que refleje el propósito de su contenido? ¿No será acaso una concesión política a la derecha más trasnochada del país que ven en el museo un reto al “establishment” protector de su anacrónico status? Hablemos claro: ¿es tan importante cambiar un nombre que todos entienden para poner en su lugar, lugar? (¡Vaya!, no era mi intención jugar con las palabras).
Vargas Llosa explicó que “La palabra museo se asocia a una institución que preserva el pasado. Nosotros no queremos que el Lugar de la Memoria sea una reconstrucción de la violencia en el Perú, [este nombre] da una visión más cabal, más justa, más exacta del hecho histórico”.
Hagamos un breve análisis de sus argumentos. Lugar, según el diccionario de la Real Academia Española, de la cual Vargas es miembro, tiene muchas acepciones pero ninguna de ellas se aproxima ni de lejos a Museo. La más cercana podría ser “espacio ocupado o que puede ser ocupado por un cuerpo cualquiera”. Alguien puede argüir que cambiar el nombre Museo por Lugar es una libertad literaria a la que tiene derecho. Eso es posible, pero esa libertad bien la puede dejar para sus libros, no para el dolor de las víctimas, que verán el cambio de nombre con suspicacia y justificada razón porque:
• Todavía esperan que el gobierno les pida perdón.
• Porque han visto como se maltrata en Lima el modesto monumento - "El ojo que llora"- en recuerdo de los familiares asesinados, entre ellos muchos miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía.
• Porque no han recibido las reparaciones ofrecidas
• Porque ven con justificada suspicacia que el Museo se erija, no en el lugar de los hechos, sino frente a un mar que les es extraño.
• Porque son testigos de la vociferante oposición al Museo de la Memoria.
• Finalmente, porque sospechan de todo y de todos ya que no han recibido ni consuelo ni solidaridad.

Afirmar que “lugar refleja una visión más cabal de los hechos” infiere decir que un museo no es capaz de eso. Esta aseveración es vacía si no se sustenta, cosa que será imposible. Vargas Llosa dice que “Museo se asocia a una institución que preserva el pasado”, pero no dice qué de malo hay en eso. ¿No ha visto hace poco el Museo de la Memoria en Chile? ¿No ha visitado varios museos del Holocausto en el mundo? ¿Acaso no se ha dado cuenta de que los museos de la memoria son siempre parte de una campaña de reparaciones para las víctimas, de una condena a los hechos para que vuelvan a repetirse, de un esfuerzo por identificar las causas que originaron las masacres, de una voluntad política para enjuiciar a responsables?
Alguien dirá que lo importante no es el nombre sino el contenido de lo que se exponga. Pues bien, si no es importante el nombre déjenlo como está y no utilicen arbitrariedades semánticas que lo único que hacen es confundir. A no ser que… a no ser que… en ese lugar no tengan cabida los recuerdos de los crímenes cometidos por las fuerzas de Estado durante el gobierno de Alan García por las que él ha sido acusado. Si ese fuera el caso más justo sería llamarlo LUGAR DE LA MEMORIA LOBOTOMIZADA.
No podríamos terminar este artículo sin dejar de reconocer que gracias a Vargas Llosa, el presidente Alan García dio marcha atrás al rechazo de la donación de 2 millones de dólares ofrecida por Alemania para el Museo de la Memoria, ese logro no deseamos empañarlo, por eso confiamos en que rectifique su postura sobre el nombre.
Ojalá sea así.
Todavía hay tiempo.

BVGA