En países como el nuestro, aquellos que detentan el poder económico también controlan el poder político. Esto hace que se defienda a ultranza cualquier atisbo que pueda, según ellos, “subvertir el orden público”. El Estado, o sea ellos, no puede equivocarse. Parece que le han adjudicado la infalibilidad papal. Cualquier sector que ponga en duda la actuación del Estado puede también poner en duda el poder en general y eso no puede ser, hay que acallarlo antes de que el malestar social se expanda. Las Fuerzas Armadas, también según ellos, son parte inextricable del Estado pues garantizan el funcionamiento y la estabilidad del país, por lo tanto hay que defenderlas ante cualquier sector de la población que ponga en duda su actuación.
Para mantener este estado de cosas antes se usaba la cachiporra, la prisión y la extradición, ahora solo es necesario controlar los medios de comunicación, que obviamente son parte del sistema. Por eso no sorprende que ningún periódico haya hecho una campaña seria y persistente en favor de la reconciliación del país, o haya acogido y resaltado las voces discordantes que denuncian lo ocurrido. En el Perú se sabe más sobre las Madres de Mayo o de Pinochet que sobre Lucanamarca o Putis. Lo más que se ha logrado es que el todopoderoso El Comercio publique alguna vez, siempre con la boca chiquita y la ambigüedad que le caracteriza, artículos sobre la necesidad de una reconciliación nacional. Es preferible dejar a otros medios el “privilegio” de demonizar a la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y atacar todo lo que esté relacionado con los reclamos de las 70,000 víctimas de un pueblo mayormente indígena, pobre y quechua hablante.
Los que se oponen a la reconciliación, como los seguidores de Fujimori, no son otra cosa que títeres de un poder que los manipula a base de miserables prebendas y de promesas que no cumplen. De ahí los ataques a los símbolos del genocidio, como al monumento El ojo que llora. De ahí las estentóreas voces que se oponen al proyecto al Museo de la Memoria. De ahí el recorte de fondos para el Registro Único de Víctimas. De ahí las mezquinas y tardías reparaciones. De ahí el odio que destilan persistentemente sus voceros de pacotilla en periódicos y en televisión. Y lo más grave, de ahí proviene el silencio de aquellos que pudiendo hacer algo miraron a otro lado, y son ahora los mismos que callan y agachan la cabeza.
EN LO QUE SE EQUIVOCAN
La aparente arrogancia de los que se oponen a la reconciliación no es lo suficientemente grande para ocultar el miedo que tienen a que se solivianten los ánimos del pueblo. Y usan a las Fuerzas Armadas y a la Policía para acallar cualquier protesta. Desgraciadamente para ellos y para el país la evidente fractura social se va agravando. No se puede tapar el sol con un dedo. Existe un justificado resentimiento contra el Estado que oculta y protege a los responsables de las masacres, torturas, desapariciones y violaciones. No se han dado cuenta de que estas atrocidades no las puede borrar ni el silencio de El Comercio, ni los ataques inmorales de medios de comunicación que por higiene mental rehusamos nombrarlos.
El dolor de los ayacuchanos y de otros habitantes de nuestra serranía no puede desaparecer con declaraciones negacionistas de un ministro de Defensa; con los desplantes de un cardenal Primado, ejemplo del peor fariseísmo; con evasivas de generales que temen ser juzgados por un tribunal internacional. No, no hay nada que pueda mitigar el dolor de las víctimas que no sea una expresión de respeto y solidaridad.
Esconder la cabeza como el avestruz no hace sino perpetuar el dolor y aumentar el resentimiento. Lo curioso es que la miopía intelectual del poder va en contra de sus propios intereses. ¿Qué sucedería si en vez de maltratar y ningunear a las víctimas se acercasen a ellas con gestos solidarios? ¿Qué pasaría si activasen todas las promesas presidenciales hechas para conseguir su voto? ¿Qué ocurriría si el Estado asumiese su responsabilidad en los hechos? La respuesta es clara: el Perú sería otra cosa, estaría más unido y mejor preparado para enfrentarse al futuro. Es más, el poder económico no sufriría nada, al contrario, sería más fuerte y sólido. Claro que para creer en esto se necesita tener una visión más amplia e inteligente, y de esas dos cosas carecen los que mangonean el país a través de sus marionetas.
HM
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